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De ahí en adelante

  • Gonzalo
  • 19 may 2021
  • 2 Min. de lectura

Así, un buen día (hablo de finales de los 90 del siglo pasado) comenzó a sonar por todos sitios (conferencias, artículos en periódicos, programas de TV, libros) que la ciencia corroboraba la bondad de la meditación para la vida humana. Mejoras en el cerebro, en la fisiología en general, reducción de niveles de estrés, etc. Evidentemente me alegré y siempre que alguien me hablaba de ese tema o leía algo pensaba: “qué bueno que la ciencia descubra y certifique ahora lo que el espíritu humano sabe desde siempre con razones que la razón no entiende”. Así que yo también ofrecía esos datos en mis cursos a adultos y los comentaba con mis alumnos, incluso comentábamos en el aula imágenes del cerebro mientras se medita. Pero siempre supe que lo de escuchar lo profundo de mi ser, lo de atreverme a recorrer el camino interior y, sobre todo, lo de ir al silencio, es mucho, muchísimo más que sólo una aportación para “sentirme mejor”. Tantas veces en ese silencio aúllan nuestras fieras interiores, llora nuestro niño herido, nos amenaza nuestra sombra no acogida, se nos aparecen con claridad nuestros errores y nuestros miedos…


Así han ido pasando más de veinte años. A lo largo de eso años he asistido al proceso por el cual “lo de la meditación” pasó de ser algo curioso e interesante y sonaba un nuevo método llamado “mindfulness” a ser ya un verdadero “tsunami meditacional”. Recogiendo los estudios y prácticas del creador de la práctica de la atención plena para la reducción de los niveles de estrés (mindfulness) Jon Kabat-Zinn, ha pasado a ser un método que se aplica en casi todos los ámbitos, desde el mundo empresarial hasta la escuela. El número actual de expertos y expertas en mindfulness resulta para mí al menos, más sorprendente que el milagro de la multiplicación los panes y los peces.


Pues ahora, oh vida, proliferan estudios, artículos, libros que demuestran o medio demuestran justo lo contrario, casi, casi que meditar no sirve para nada de lo que decían que servía. Que los supuestos datos científicos no lo eran tanto, etc. En fin, lo de siempre, nos vamos de un extremo a otro, eso sí, con “datos” científicos por bandera.


Y me parece a mí que corremos una vez más el peligro de “tirar al niño con el agua sucia”. De alguna manera hemos caído en la trampa de reducir los procesos del yo profundo, los caminos de la interioridad humana a datos científicos acerca del funcionamiento cerebral y hemos dado por bueno aplicar técnicas de atención plena por ello. Pero en el camino de “normalización” de algo que hasta no hace mucho a la mayoría de las personas les parecía raro o hasta una pérdida de tiempo, hemos renunciado por ignorancia a lo que está más allá de la atención plena y más acá de la profunda vida humana: la subjetividad.



 
 
 

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