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"¿Dónde está tu hermano?"

Yo no puedo ir al aeropuerto de Kabul a sacar de ese infierno a nadie, pero puedo informarme y saber donde hay refugiados afganos, qué redes de solidaridad existen en mi entorno cercano y decir cual puede ser mi forma de apoyar, de ayudar de sostener…

Esa fue, por ejemplo, la luz en medio de la oscuridad el confinamiento: las personas que salían cada día de su casa dispuestas a hacer la compra para los ancianos solos, a llevarles medicamentos que no podían salir a comprar, fueron esas redes de apoyo cercanas las que nos recordaron que lo grande se gesta en lo pequeño y que, tratándose del prójimo, ninguna acción es pequeña.

No digo nada original, lo sé, pero me da la impresión de que ante la ingente avalancha de información que recibimos cada día, el resultado es que buscamos protegernos de un mundo tan fiero y agresivo, recluyéndonos en las trincheras del “yo nada puedo hacer” “eso corresponde a los gobiernos” “bastante tengo con lo mío”.

El caso es que miro alrededor y no veo a personas que vivamos mal, empezando por mí misma. La cafetería que hay bajo mi casa está cada día llena hasta la bandera. Veo a las personas pasear tranquilamente con un perro, hijos con montones de juguetes, bicicletas, veo pasar coches caros, veo como gastamos dinerito en varios cafés y cervezas y “pintxitos” diarios, veo a la gente de mi barrio ir y venir de vacaciones… No percibo pobreza, ni excesivos problemas económicos… Percibo esa clase media o media alta que configura la sociedad del “bien-estar”. Yo formo parte de todo ello y no escapo a ese modo de vida, soy una más en la rueda del sistema neoliberal.

No sé qué compromiso ético tendrá cada uno de mis vecinos, de mis conocidos. Sólo puedo saber y juzgar el mío. Sin embargo, percibo en el ambiente algo que me lleva a preguntarme si no nos hemos acostumbrado a comulgar con ruedas de molino y que hace que, como lo del “mundo grande” me queda muy lejos y es muy grande, pues, eso, yo a lo mío y termina por indignarme tan sólo lo que me toca a mí, lo que me afecta a mí, lo que me pasa a mí… Y me defino con aquello tan tremendo de “yo soy muy amigo de mis amigos” (uf…).

Ahí está el tema, ahí la enjundia: ¿Puedo vivir de tal modo que lo que le pasa al otro no me afecte? ¿podemos, como individuos y sociedades, seguir viviendo desde los “derechos” y no acogiendo los “deberes” inherentes a tales derechos? ¿Podemos, sobre todo tras la pandemia, seguir pensando que lo que le pasa al otro no me pasará a mí o no me afectará a mí? ¿Podemos seguir refugiándonos de la intemperie de la existencia y del grito del prójimo sufriente en las compras compulsivas y el divertimento sin fin?

Parece que sí, se puede y yo misma, tantísimas veces, lo hago, pero… A la larga a mí me salta una alarma y es esa vocecilla a la que me refería antes y que evidentemente es la voz de mi conciencia y la voz de Dios en ella que me dice: “Elena ¿Dónde está tu hermano?”

PD: Y, ahora, voy a seguir poniendo manos a la obra, empecinada en mi creencia y esperanza de que, a través de la educación, puedo aportar algo a la mejora del mundo.

¡¡FELIZ COMIENZO DE CURSO, FELIZ AÑO NUEVO en el que tanto podemos hacer por los demás!!


Elena Andrés




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