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¿Libertad de expresión o blasfemia?

Las migraciones han existido siempre en todas las épocas, pero en esta fase observamos cómo los migrantes, a pesar de tener que abandonar su espacio original, mantienen, también gracias a la red, un vínculo continuo con la comunidad de la que huyen. Esta novedad, es decir, cambiar el espacio en el que se vive, manteniendo una estrecha relación con la cultura y la comunidad de origen, impide a los inmigrantes integrarse con la lengua y las costumbres del nuevo espacio público que van a habitar.


Estas masas de hombres se trasladan de sus países a estados que ofrecen mayores recursos y posibilidades de una vida más digna. El fenómeno de la migración nos muestra cómo el movimiento de personas cambia tanto la sociedad que recibe a los migrantes como la comunidad que pierde parte de su gente. En ambos casos, la migración actúa como un elemento crítico respecto a la identidad de la comunidad de la que huyen los migrantes y, sobre todo, estos nómadas actúan como un estímulo para las sociedades que los acogen porque son portadores de una voz de malestar y confrontación sobre la capacidad real de cada comunidad para dar respuesta a la demanda de convivencia.


Estos nuevos fenómenos generan una fricción entre la identidad del individuo y la comunidad, tanto en los estados occidentales como en el Sur. En general, podemos decir que estamos en el umbral de una sociedad verdaderamente global en la que la interlocución se extiende a todo el planeta. Desde este punto de vista, es difícil imaginar que algún poder político pueda frenar la libre circulación de ideas y poner freno a la libertad de expresión.


Antonio Cecere - marzo 2021



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